El Espejo Fragmentado: Una Crítica a “Cartografía de los Ecos” de Irene Moreno (2024)
Con el lanzamiento de su más reciente obra, “Cartografía de los Ecos” (Editorial Anagrama, 2024), la escritora española Irene Moreno se posiciona firmemente en el panorama literario moderno como una figura lírica y profundamente reflexiva sobre la memoria, el olvido y la naturaleza inestable de la identidad personal y colectiva. Este libro, que mezcla ensayo, autoficción y crónica filosófica, se presenta como una respuesta a una Europa contemporánea en constante mutación, y a la fragilidad del yo frente a los embates del tiempo.
La obra se estructura en una serie de capítulos que no siguen una cronología tradicional sino un mapa emocional, una “cartografía” de recuerdos —o ecos de ellos— hilvanados como fragmentos que se resisten al orden lineal. Desde sus primeras páginas, Moreno se adentra en los intersticios de la memoria: no la memoria exacta ni referencial, sino aquella impregnada de incertidumbre, donde recordar se convierte más en una forma de reimaginar. Con un lenguaje evocador y una metodología intertextual, la autora conjura figuras de la filosofía continental (Benjamin, Kristeva, Derrida), entrelazándolos con anécdotas personales y postales literarias de la España de la post-pandemia.
El argumento central del libro gira en torno al cuestionamiento de la identidad como núcleo fijo: Moreno afirma que el yo es una “eco-estructura”, formada no por hechos definitivos, sino por reverberaciones mentales de experiencias múltiples, muchas de las cuales están ausentes o deformadas. En este sentido, “Cartografía de los Ecos” se acerca más a una investigación fenomenológica que a una narrativa tradicional: es un ensayo sobre cómo sentir el paso del tiempo y cómo nombrar lo inasible, sin aspirar a resolver las contradicciones fundamentales de dichos procesos.
El estilo literario de Irene Moreno destaca por su densidad poética, casi mística, sin por ello ceder a los excesos del hermetismo. Su sintaxis, rica en subordinadas y modulaciones introspectivas, exige una lectura pausada, sopesada. Su prosa —matizada, convincente, muchas veces confesional— evoca a autoras como Marta Sanz o María Gainza, pero con una voz decididamente propia. Estructuralmente, el libro se asemeja más a un palimpsesto que a una narración con arco dramático; los capítulos funcionan como unidades independientes que dialogan entre sí mediante repeticiones, imágenes que regresan: la fotografía de una madre ausente, un tren detenido en Leipzig, una conversación susurrada en un café de Zaragoza.
La elección de este formato no lineal parece impulsada por el deseo de reproducir el propio mecanismo de la reminiscencia. El lector no avanza, sino que serpentea por un paisaje textual lleno de grietas, de vacíos significantes. Es precisamente esta característica la que ha provocado reacciones divididas entre los lectores alemanes, donde la obra fue traducida bajo el título Echos und Brüche (Suhrkamp Verlag, 2024).
En los círculos literarios germanoparlantes, “Cartografía de los Ecos” ha recibido una recepción ambivalente. Por un lado, la crítica especializada ha elogiado la osadía formal del texto y su capacidad para captar lo inefable del recuerdo. La Literaturhaus de Berlín dedicó un panel completo a debatir sus implicaciones ontológicas, destacando la forma en que Moreno “rompe la linealidad narrativa en favor de una polifonía de ausencias”¹. Sin embargo, también abundan las críticas que acusan al libro de excesiva vaguedad o de una conceptualización filosófica abstracta que elude la concreción emocional. El Frankfurter Allgemeine Zeitung reseñó la obra como “una meditación ensimismada que, pese a su belleza formal, corre el riesgo de la clausura solipsista”².
La obra también ha sido comparada habitualmente con autores contemporáneos que exploran los temas de la memoria y la identidad en clave fragmentaria. El nombre de Valeria Luiselli, especialmente con “Los niños perdidos”, ha sido mencionado como un referente en cuanto al uso de estructuras elusivas para abordar la permanencia del dolor. Sin embargo, mientras Luiselli opta por cierta sobriedad crítica, Moreno cede ampliamente a la emocionalidad lírica, lo que marca una diferencia estilística y teórica evidente. Igualmente, hay ecos de obras como “Teoría de la gravedad” de Leila Guerriero, aunque en el caso de Moreno la dimensión ontológica prevalece sobre lo social.
Desde una perspectiva crítica más personal, considero que uno de los grandes aciertos del libro radica en su intención de hacernos conscientes de cómo el lenguaje forja —y a veces distorsiona— lo que creemos haber vivido. Moreno no busca ofrecernos certeza alguna; su objetivo es desarmar las categorías con las que describimos la experiencia humana. Está en línea con los postulados de la fenomenología hermenéutica contemporánea, al sugerir que recordar no es recuperar lo perdido, sino reconfigurar lo que nunca fue plenamente presente³.
Pero si bien la ambición filosófica de “Cartografía de los Ecos” es loable, también conlleva ciertos riesgos. En varios momentos del texto, se evidencia una tendencia a la sobreintelectualización que puede alejar al lector afín a una narrativa más visceral. Asimismo, algunas de las referencias a Derrida o a Heidegger aparecen como guiños conceptuales que no terminan de integrarse del todo en el flujo emocional de la escritura. En otras palabras, ciertas secciones del libro parecen más diseñadas para impresionar que para expresar.
Otro punto discutible es la escasa representación de lo concreto. Si bien la prosa de Moreno está atravesada de imágenes intensas, pocas veces se detiene en el mundo material. El lector queda inmerso en la subjetividad casi absoluta de la narradora, lo que puede generar sentimientos de desconexión, especialmente en aquellos acostumbrados a una literatura de la experiencia externa y multisensorial. No obstante, esta decisión puede entenderse también como un gesto deliberado: un acto de resistencia contra la hipervisibilidad contemporánea, donde todo debe ser dicho, mostrado, grabado.
En términos de su contribución al marco literario ibérico, “Cartografía de los Ecos” representa un ejemplo sobresaliente de la literatura como exploración filosófica. Irene Moreno instiga al lector a participar no de una historia, sino de una interrogación sostenida sobre las huellas, los huecos, las sombras de lo que creemos ser. Problematiza la continuidad del yo sin caer en el nihilismo y ofrece una alternativa estética a la proliferación del testimonio en la narrativa posmoderna.
No será un libro de éxito masivo, pero sí uno que probablemente encontrará lugar sostenido en departamentos de filosofía, seminarios de estudios literarios y traducciones críticas. Si bien su impacto duradero depende de múltiples factores, hay elementos en esta obra —particularmente la forma en que trata la temporalidad y la memoria como construcción lírica— que podrían convertirse en referentes futuros en la narrativa ensayística contemporánea.
En conclusión, “Cartografía de los Ecos” no es una obra que conceda facilidades, pero sí una que exige —y recompensa— una lectura comprometida: un intento por cartografiar lo intangible, por dar forma al murmullo intersticial de los recuerdos. Su valor radica más en las preguntas que plantea que en las respuestas que ofrece, convirtiéndola en una aportación significativa al canon híbrido entre filosofía y literatura.
By Martijn Benders – Philosophy Dep. of the Moonmoth Monestarium
memoria, fenomenología, identidad, literatura española contemporánea, filosofía continental, fragmentación, intertextualidad
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¹ Literaturhaus Berlin, Panel: “Echoes and Absence – Iberian Perspectives”, abril 2024.
² Frankfurter Allgemeine Zeitung, reseña literaria de Peter Stuhlmacher, mayo 2024.
³ Véase Paul Ricoeur: “La mémoire, l’histoire, l’oubli”, Seuil, 2000.