El Esplendor de lo Inmanente: Gustav Theodor Fechner y el Alma del Mundo
En los catálogos de la historia filosófica moderna, donde los nombres de los gigantes iluminan como estrellas fijas en el firmamento del pensamiento —Kant, Hegel, Nietzsche— hay, sin embargo, constelaciones apenas visibles, nebulosas cuya luz ha sido eclipsada por la dominancia de sistemas más estridentes. Uno de estos cuerpos celestes, pleno de sentido poético y metafísico, es Gustav Theodor Fechner (1801–1887), pensador alemán cuya obra, entre la psicofísica y la metafísica mística, constituye un puente olvidado entre la ciencia del siglo XIX y una metafísica panpsiquista de notable originalidad.
Gustav Fechner fue un polímata cuyo temprano interés por la ciencia natural derivó desde la física hacia una psicología filosófica de vastas implicaciones ontológicas. Inició su carrera como físico, y a través de sus experimentos con la electricidad desarrolló una sensibilidad extrema al dolor físico, lo cual propició una crisis espiritual. Dicha crisis lo alejó del empirismo materialista y lo condujo hacia una visión profundamente espiritualista del universo. Su renacimiento intelectual cristaliza en la obra «Zend-Avesta oder über die Dinge des Himmels und des Jenseits» (1851), donde formula una concepción animista del cosmos: no hay en el universo sustancia alguna que no esté animada por espíritu o conciencia.
Esta doctrina, que podríamos denominar “panpsiquismo luminiscente”, sostiene que toda entidad posee una forma de conciencia, desde los minerales hasta los planetas, y que la Tierra misma, en tanto organismo viviente, participa de una conciencia superior. Fechner defendió sistemáticamente esta visión en su «Nanna, oder über das Seelenleben der Pflanzen» (1848) y en la monumental «Die Tagesansicht gegenüber der Nachtansicht» (1879), donde opone la cosmovisión diurna —la del alma y de la vida— a la cosmovisión nocturna —mecánica, muerta, y reductivamente materialista. A través de estos postulados, Fechner es precursor de lo que posteriormente serían las cosmologías ecológicas y los imaginarios no-reductivistas de la mente.
La época en la que Fechner desarrolló sus teorías estaba marcada por la embestida de la ciencia moderna en sus formas más mecanicistas. El darwinismo emergente y el empirismo positivista dominaban las cátedras europeas. La fe de los románticos alemanes en una Naturaleza viva, herencia de Schelling y Goethe, se encontraba en franca retirada ante el ímpetu del laboratorio. No obstante, Fechner mantuvo una fidelidad inquebrantable a una ontología poética del mundo, sin renunciar por ello al rigor científico. Fue, de hecho, el fundador de la psicofísica moderna, disciplina que estudia la relación cuantificable entre estímulo físico y percepción subjetiva. En su obra «Elemente der Psychophysik» (1860), sentó las bases experimentales de esta ciencia, formulando leyes —como la célebre ley de Weber-Fechner— que siguen empleándose en psicología hasta el presente.
La dualidad entre su metodológica fidelidad al empirismo científico y su fervor por un universo animado convierte a Fechner en un pensador inclasificable. No hay en él el rechazo romántico del experimento, ni el materialismo ciego del cientificismo contemporáneo. Hay más bien una vía media: una metafísica experimental, plenamente consciente de que el fenómeno es siempre la aparición de una sustancia cuya dimensión es inmanente y a la vez trascendente.
Fechner ha sido leído de múltiples maneras en la historia intelectual. William James lo veneraba como un profeta de la pluralidad de las conciencias en el universo, llamándolo “uno de los espíritus más fecundos y originales del siglo”¹. Su panpsiquismo encontró ecos en Henri Bergson y en Alfred North Whitehead, quienes considerarían la conciencia como una característica fundamental del ser, no producto ni residuo. Incluso en el siglo XX, algunos físicos como Wolfgang Pauli y Ernst Schrödinger exploraron analogías entre la visión de Fechner y ciertos postulados de la mecánica cuántica, dada la interdependencia participativa entre observador y objeto. Más recientemente, su pensamiento ha sido retomado en las corrientes actuales de la filosofía de la mente —notoriamente por Galen Strawson— como una alternativa creíble al dualismo y al materialismo eliminativo².
No obstante, la obra de Fechner ha soportado también críticas. La principal de ellas acusa su pensamiento de antropomorfismo cósmico: dotar a la Naturaleza de intencionalidades y emociones propias del psiquismo humano. Además, sus premisas panpsiquistas, aunque elegantes y sugestivas, han sido tildadas por el positivismo ortodoxo de metafísicas sin sustento. El idealismo alemán, del que Fechner deviene en parte, concebía lo Absoluto como racionalidad en sí; sin embargo, el absoluto de Fechner es más bien un alma sensible, florante, cuya racionalidad está subordinada al fulgor de una conciencia inmanente. En él se entrevé una naturaleza que piensa emotivamente, más que lógicamente.
La relevancia del pensamiento de Fechner en nuestro tiempo no puede exagerarse. En una era de colapso ecológico, en la que la instrumentalización de la naturaleza nos ha conducido a una crisis del sentido, la perspectiva de un mundo dotado de alma y del reconocimiento participativo de nuestras acciones como interacciones con seres conscientes ofrece no sólo una alternativa ética, sino ontológica. En lugar de concebir el planeta como una masa inerte que explotamos, podríamos rescatar la visión de la Tierra como sujeto y interlocutor. La conciencia de Gaia, hoy resurgida en los discursos ecofilosóficos de Lovelock o Latour³, se prefigura ya en la obra fechneriana.
Además, su intento por conciliar ciencia y mística, medición y metafísica, ofrece una vía para superar las estériles dicotomías entre empirismo y espiritualidad. Frente al nihilismo reinante y al cansancio posmoderno, Fechner propone una visión jubilosa del Ser: el universo entero como melodía consciente. No es casual que su filosofía haya sido recientemente reivindicada en los debates sobre el realismo especulativo y la ontología orientada a objetos que buscan superar el correlacionismo moderno⁴.
En conclusión, Gustav Fechner representa una de las expresiones más singulares del pensamiento filosófico del siglo XIX. Fue un pionero en unir la rigurosidad científica con un sentido místico del cosmos, y sus concepciones ofrecen una alternativa plausible —profunda, incluso urgente— para repensar la relación entre mente, naturaleza y ser. Su influencia, subterránea pero constante, ha fertilizado algunas de las avenidas más prometedoras del pensamiento contemporáneo. Y aunque haya sido relegado a un papel menor en las narrativas canónicas, bien puede afirmarse que en su figura habita el espíritu de aquellos filósofos que pensaron con ternura, cuya metafísica no fue sino una forma ampliada de la compasión.
By Martijn Benders – Philosophy Dep. of the Moonmoth Monestarium
alma del mundo, panpsiquismo, psicofísica, naturaleza viva, positivismo, metafísica, inmanencia
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¹ William James, «A Pluralistic Universe», Harvard University Press, 1909, pp. 111–115.
² Galen Strawson, “Realistic Monism: Why Physicalism Entails Panpsychism,” in Journal of Consciousness Studies, vol. 13, nos. 10–11, 2006.
³ James Lovelock, «Gaia: A New Look at Life on Earth», Oxford University Press, 1979.
⁴ Graham Harman, «Tool-Being: Heidegger and the Metaphysics of Objects», Open Court Publishing, 2002.